El presente trabajo intentará analizar la novela Demian a través de algunos conceptos psicoanalíticos que permitan reconocer la similitud existente entre la historia de Emilio Sinclair y la teoría psicoanalítica que da cuenta de las vicisitudes que enfrentan los sujetos adolescentes al separarse de los padres y empezar a buscar nuevos objetos de amor y nuevas identificaciones.
Demian es una novela publicada en 1919, por el escritor alemán Herman Hesse. Narra la historia de Emil Sinclair, joven que relata la preocupación y confusión que le provocó la salida de la niñez y el paso por la adolescencia. El relato comienza describiendo el mundo infantil de Emil, que incluía a los padres y que básicamente estaba restringido al ámbito familiar, un mundo limpio, recto y ordenado (mundo luminoso); y otro mundo constituido por todo lo externo a la familia, que estaba caracterizado por la violencia, las sombras y el estruendo (mundo oscuro).
Parece importante iniciar recordando que Freud (1905, 159) ubica el inicio de la sexualidad humana en el nacimiento y menciona que es en la infancia donde se marcan las huellas más profundas de la vida anímica, mismas que determinarán el desarrollo posterior del ser humano. Y agrega que, también en esta etapa se inicia el desarrollo psicosexual del ser humano, se realiza la primera elección de objeto de amor.
Es en el mundo luminoso de Sinclair donde cumple su función la corriente tierna de la sexualidad infantil, donde se erige un velo de veneración y respeto que cubre las aspiraciones sexuales infantiles. Esta corriente tierna es efecto del periodo de latencia y es la responsable de que el protagonista deposite en su infancia y en el ámbito familiar todas las características positivas del mundo. Pensado de esta manera, en el mundo oscuro se encontraría la corriente sensual de la sexualidad.
Es justo por la llegada de la pubertad que se polariza el universo del protagonista en dos mundos opuestos. Esta polarización tiene sus semejanzas con la oposición entre la vida y la muerte como elementos contradictorios. “El antagonismo se encuentra en la base de la oposición entre integración y desintegración, progresión y regresión, creación y destrucción o crecimiento y parálisis” (Tubert, 2000, 13). Es decir, la permanencia en el mundo luminoso estaría buscando la integración, la regresión y la parálisis; mientras que la incursión en el mundo oscuro favorecería una desintegración necesaria para progresar, crear y crecer.
Se podría decir que la pubertad se constituye como una desintegración estructurante en la que se reviven y reelaboran experiencias previas (Tubert, 2000), y de acuerdo con Gutton (1994) se presenta una crisis organizadora y reorganizadora del complejo de Edipo y por ende de la sexualidad en general. Este cambio requiere transitar por un proceso de separación-individuación. En el caso de Emil pasó, primero, por la ebriedad, “Yo mantenía a mi modo, tan singular como poco atractivo –con la borrachera y el juego-, mi lucha contra el mundo. Era mi manera de protestar. Pero con ella me aniquilaba…” (Hesse, 2008, 125) y agrega “Desconcertado, sentía en medio de mi atroz miseria, algo como una liberación y una nueva primavera” (Ibídem, 120). Se puede entender este pasaje al acto como un rito de iniciación en el que muere el niño, y resucita el joven como alguien que ya tiene acceso al universo social y cultural. Pero también podría decirse que hay un cuerpo exitado incapaz de descargarse a través de la representación, que por tanto se arroja a los actos con la intención de neutralizar al cuerpo (Gutton, 1994, 46).
Sinclair pasó, a la par, por el proceso de abandono del mundo luminoso, el abandono de la infancia y la pérdida de los padres infantiles. Es posible reconocerlo cuando menciona:
“Todo cambió ya. La niñez se derrumbó en torno mío. Mis padres me miraban con un cierto embarazo. Mis hermanas llegaron a serme extrañas. Una vaga desilusión fue debilitando y esfumando mis sentimientos y mis alegrías habituales; el jardín no tenía perfume, el bosque no me atraía, el Mundo se extendía alrededor de mí como un saldo de trastos viejos, insípido y desencantado; los libros eran papel, la música ruido” (Ibídem, 109-110).
El derrumbe de la niñez incluye la resignación del yo ideal por el ideal del yo, pues se hace necesaria la “diferenciación entre el yo real, con sus posibilidades y limitaciones que se ponen a prueba en la experiencia vital, y el yo infantil que se soñaba completo, omnipotente, inmortal” (Tubert, 2000, 88).
También implica la separación de los primeros objetos de amor, es decir de los padres. Sinclair habla de “la primera desgarradura en la santidad del padre, una primera grieta en los pilares sobre los que había reposado mi infancia y que todo hombre tiene que destruir para llegar a ser él mismo” (Hesse, 2008, 36) y al hacerlo da cuenta de la renuncia a los padres y de cómo esta renuncia permite el acceso a la propia identidad o por lo menos a su búsqueda en el exterior. De acuerdo con Tubert (2000, 89) Es justo esta fisura la que permite asumir la propia identidad, por medio de la destrucción y negación las primeras identificaciones, pues eso permitirá recrearse a sí mismo y diferenciarse de los padres a través del conflicto. Esto es lo que le permite a Emile emprender una incesante búsqueda de sí mismo, llegando incluso a un retraimiento narcisista donde él mismo pasó a ser el objeto más interesante para sí mismo (ibídem, 80).
No obstante, al hablar de identificaciones y búsqueda de sí mismo se hace indispensable pensar en Max Demian, pues constituye un personaje indispensable para tratar dichos temas. Para el protagonista, Max era un hombre seguro de sí mismo, inteligente, firme y atento. Demian constituyó un modelo de identificación para Sinclair y es posible que se haya establecido como un doble que le permitió “recuperar imaginariamente lo que se ha perdido […] se presenta como aquello que posee la perfección que le falta al yo para alcanzar el ideal” (ibídem, 87). Esto justificado en las descripciones que el protagonista hacía de Max, en la forma idealizada en que sustituye a los padres de la infancia y en la manera en que estas nuevas identificaciones permitieron la aparición de un nuevo ideal del yo.
Lo acontecido anteriormente le permitió al protagonista asumir su sexualidad, marcada por la ausencia de genitalidad y el autoerotismo. La asunción de la sexualidad requiere de la elección de un objeto exogámico, lo que implica renunciar a los objetos infantiles (Freud, 1905, 182), es decir, a los padres. El primer objeto de amor exogámico de Sinclair fue Beatrice, con la que la sexualidad que lo atormentaba se depuro para convertirse en devoción, para darle paso a la corriente tierna de la sexualidad, para regresarle al mítico mundo luminoso del que ya había sido desterrado. Beatrice era una imagen, una fantasía que, si bien se representaba un objeto exogámico, no permitía que la pulsión se dirigiera al exterior y todo parece indicar que se ésta se satisfacía en el propio cuerpo de Emile por medio del autoerotismo (Ibídem, 164).
Otra figura fundamental para la comprensión de Sinclair es Eva, “la arrogante figura de mujer casi masculina, parecida a su hijo, con rastros maternales, rasgos de serenidad, rasgos de honda pasión, bella y atractiva, bella e inasequible, demonio y madre, destino y amante” (Hesse, 2008, 214). Que de cierta manera es una figura bisexual puesto que contiene caracteres femeninos y masculinos; incestuosa, debido a que posee caracteres maternales; y además tiene la cualidad de condensar e integrar a todos los objetos de amor de Sinclair, empezando por su madre y por él mismo, y agregando también la imagen de Beatriz y de Demian en una mismo ser. Justo con este personaje y su relación con el protagonista es posible reconocer que el “paso de los objetos parentales a los objetos exogámicos, conlleva una gran complejidad; es claro que los objetos adecuados de Freud tienen grandes similitudes con los objetos parentales, inadecuados” (Gutton, 1994, 17). Parece importante mencionar que ninguno de los objetos exogámicos permitió la puesta en marcha de una sexualidad genital y que es posible, que por este medio, el protagonista le fuera fiel al mundo luminoso y se negara a abandonarlo del todo.
Finalmente es posible aseverar que la novela Demian aborda situaciones y conflictos propios del abandono de la niñez y el paso por la adolescencia. La narración de la vida de Sinclair da cuenta del proceso de separación de las figuras paternas, así como la búsqueda y acceso a modelos de identificación exogámicos que permiten cuestionar las identificaciones previas y construir una nueva identidad que favorezca el acceso a la cultura y el establecimiento de nuevas formas de relación con los otros. También permite observar las dificultades que trae consigo la aparición de la genitalidad, el abandono de los primeros objetos de amor y la búsqueda de nuevos objetos de amor exogámicos.
De manera general, perece que Emile transita un proceso de separación bastante común en los adolescentes que va del abandono del cuerpo y la vida infantil a la renuncia de los padres y la búsqueda de modelos identificatorios y objetos de amor fuera del núcleo familiar. Y por tanto la construcción de un sujeto diferenciado, con intereses, deseos y aspiraciones propias fue lo que le permitió avanzar en su camino hacia la búsqueda de sí mismo.
Referencias:
Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. En Freud, S. (1992). Obras completas, Volumen VII: Fragmento de análisis de un caso de histeria, Tres ensayos de teoría sexual y otras obras. Argentina: Amorrortu.
Gutton, P. (1994). Nuevas Aportaciones a los Procesos Puberales y de la Adolescencia. México: Grupo Teseo-AMERPI.
Hesse, H. (2008). Demian. Historia de la juventud de Emil Sinclair. México: Colofón.
Tubert, S. (2000). Un extraño en el espejo. La crisis adolescente. España: Ludus.